Cada cierto tiempo, los quiteños amanecen con un déjà vu extraño. Un día, la ciudad amanece con un logo nuevo: colores más vibrantes, una tipografía más moderna, un eslogan reinventado. Otro alcalde, otro diseño, otro intento de capturar “la esencia de Quito” desde una computadora en el Municipio.
Y así, como si la memoria de toda una ciudad pudiera resetearse con un clic, la marca vuelve a empezar desde cero. Pero la identidad de Quito nunca fue un archivo editable.

Un símbolo que cambia al ritmo de la política
En el Ecuador —y especialmente en Quito— hemos normalizado algo que en el mundo del branding sería considerado un error estratégico grave: atar la identidad visual de una ciudad o de un país al ciclo político.
Cada administración quiere dejar su huella, marcar su logro, estampar su firma. Pero, ¿qué pasa cuando la marca de la ciudad cambia más rápido que la vida de los propios ciudadanos?
Pasa lo que ya sentimos:
- Que nadie recuerda el logo de hace cuatro años.
- Que la marca no se internaliza ni se defiende.
- Que deja de existir en la vida cotidiana.
- Que pierde su propósito: unirnos bajo un símbolo común.
Lo mismo ocurre con la marca país: cada gobierno trae un nuevo eslogan o identidad visual, hasta que los conceptos se amontonan como afiches viejos en un poste desgastado.
La identidad que Quito ya tenía antes de cualquier logotipo
Antes de que existiera un manual de marca, Quito ya era un símbolo:
- El sonido de la matraca en Semana Santa,
- la neblina bajando por El Panecillo,
- la tradición conviviendo con lo contemporáneo en La Mariscal,
- las manos que preparan colada morada como un ritual,
- los emprendedores que crecen entre montañas.
Nada de eso cambia cada cuatro años. Nada de eso pertenece a un alcalde. Nada de eso puede simplificarse en una palabra de campaña.
¿Qué pierde un país cuando cambia de identidad como de camisa?
El branding tiene una regla obvia pero ignorada: si cambias demasiado, nunca construyes nada.
Sin continuidad:
- la gente no siente pertenencia,
- las marcas internacionales no identifican el territorio,
- los turistas no retienen el concepto,
- y los ciudadanos no encuentran un relato común.
Cuando una marca se rediseña constantemente, lo que en realidad comunica es: “no sabemos quiénes somos”.
El conflicto: entre lo que somos y lo que decimos ser
Quito y Ecuador tienen un conflicto identitario: una desconexión entre su riqueza cultural profunda y los discursos institucionales superficiales. El verdadero branding no es estético. Es emocional. Se construye con tiempo, coherencia y verdad.
Lo que Quito necesita (y lo que Ecuador merece)
Una marca territorial no es el souvenir de una administración; es una promesa cultural. Quito necesita una marca:
- atemporal,
- participativa,
- arraigada en su historia,
- coherente con su diversidad,
- inmutable ante los vaivenes políticos.
Ecuador necesita un relato que trascienda gobiernos y capture su esencia real: un país donde la vida se celebra en cada mercado, festival, acento y territorio.
Las ciudades, igual que las personas, solo crecen cuando aceptan quiénes son. Quito merece una marca que no se derrumbe cada cuatro años; una marca que sea legado, no souvenir político.
“Esto es Quito. Esto somos. Esto perdura.”












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